miércoles, 21 de mayo de 2008

Tengo clavada la mirada de Abelardo Castillo en la nuca, no es nada personal pero me molesta, me da miedo, me acobarda esa mirada tallada por, según él, el existencialismo ateo de Sartre, y como yo no soy nadie, como nunca pude calzarme las alpargatas del escritor mendocino y los cenáculos locales, esa homogénea selección de ladillas tremendamente competitivas, me han dejado siempre afuera, afirmo que le tengo pavor a Abelardo Castillo, será por esa forma tan suya de empuñar la pipa, por ese abisal espacio que se abre en la plenitud de su frente (por cierto, tan diferente a la de Sábato), el retrato literario se me da bien, he abonado en las fuentes nutricias de la tradición, ahora me estoy esmerando en mejorar el estilo, aunque Abelardo Castillo me aterrorice y yo no sepa bien qué palabras elegir para describirlo, mi propósito en la vida es homenajear a este gran escritor argentino, asimilar su concepto de los mundos reales, subirme en el delirante vórtice de su Esteban Expósito y, en el supuesto caso que me deje beber en su compañía, derivar hacia el final de la noche confundidos en un tiernísimo abrazo.

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